Nuclear

Energía nuclear

¿Qué opinas de unas centrales eléctricas que producen desechos tóxicos y radiactivos y los lanzan al aire, contaminan el medio ambiente, producen enfermedades y contribuyen al cambio climático?

Como habrás podido imaginar, me refiero a las centrales de carbón. 

El rechazo a la energía nuclear es una de las posturas más inexplicables que puede adoptar una persona racional. Una tecnología limpia y segura, que puede resolver en buena medida el problema del calentamiento global, y que sin embargo va adquiriendo un papel cada vez más residual entre las fuentes de energía que utilizamos.

El pecado original de la energía nuclear consiste en que se utilizó en las bombas atómicas que pusieron fin a la segunda guerra mundial. El horror de esa destrucción ha contaminado nuestra conciencia colectiva, y nos impide ver que una central nuclear es un dispositivo extraordinariamente seguro.

Fukushima, 2011. El terremoto y el tsunami que se produjeron el 11 de marzo de ese año dejaron un saldo de más de 16.000 víctimas. También provocaron la fusión de 3 reactores de su central nuclear, el peor desastre que jamás ha sucedido en una central eléctrica.  ¿Número de víctimas? 0. Cero. Los expertos calculan que entre 25 y 30 personas sufrirán cáncer a causa de ese accidente. La mayoría serán trabajadores de rescate que acudieron a la central como voluntarios tras la catástrofe, con la expectativa de morir allí mismo, ese mismo día.

Chernobyl, 1986. Un reactor nuclear soviético, de tecnología obsoleta y operación defectuosa, sufre un accidente que provoca la fusión de uno de sus núcleos. La gestión desastrosa del incidente permite que una fuga radiactiva contamine el ambiente de la región circundante con una cantidad de material radiactivo cuatrocientas veces superior al de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. En este caso el número de víctimas es mayor. 31 personas murieron en los siguientes 3 meses, y la Organización Mundial de la Salud estima que en total la cifra de muertes puede alcanzar las 4.000.

Ninguna tecnología es completamente segura. Pero ten en cuenta que tanto en el caso de Fukushima como en Chernobyl las centrales fueron diseñadas en los años 60. El transistor se acababa de inventar. Los ordenadores eran primitivos. No existían los microondas, los teléfonos móviles ni internet. En estos últimos 60 años el conocimiento ha avanzado lo suficiente como para diseñar instalaciones muchísimo más seguras y eficientes.

Y, sin embargo, la inversión en I+D para el desarrollo de la energía nuclear no llega al 3% de la destinada a las energías renovables.

Casi la mitad de la energía eléctrica que se produce en el mundo sale de centrales de carbón, que provocan 13.000 muertes al año.

En Alemania, cuna de Kant, Leibnitz y Einstein, el gobierno se ha comprometido a abandonar completamente la energía nuclear. Cuando mi amiga Angela Merkel anunció un retraso en este plan más de 100.000 personas se manifestaron, indignadas, en su contra.

En España alguien ha decidido, sin mucho debate, que la energía nuclear ya no es digna de consideración, y vamos cerrando las centrales que quedan cuando alcanzan el final de su vida útil.

¿Qué nos está pasando? Personas inteligentes y educadas hablan de la energía nuclear con un rechazo visceral, inmune a cualquier razonamiento. La percepción pública de la energía nuclear se acerca al oscurantismo medieval, invadido de ignorancia y teñido de un terror difuso. La energía nuclear no figura en ningún plan de acción contra el calentamiento global, cuando debería ser el primer asunto en cualquier lista. Me pregunto qué podemos hacer para conseguir un debate sobre este tema que nos permita recuperar la sensatez.

En la imagen, una muestra de combustible nuclear. La energía que almacena es equivalente a unas 3 toneladas de petróleo.

Cortesía

cortesía

La cortesía, como manifestación del respeto hacia el otro, vive tiempos difíciles. La propia palabra está cayendo en desuso y se ha contaminado con connotaciones de cursilería y carcunda. En la vida pública, los gestos de cortesía se interpretan a menudo como muestras de debilidad, de arrogancia, incluso de machismo.

La decadencia de la cortesía comenzó hace unos 50 años en los países anglosajones. Lo que hasta entonces era simplemente buena educación empezó a considerarse un comportamiento clasista. Mucha gente empezó a afirmar que lo importante era la autenticidad, la individualidad y la naturalidad.

Los medios de comunicación, y en especial la televisión, transmitieron una visión del mundo que valoraba por encima de todo la popularidad. Se empezó a juzgar a los políticos y a los intelectuales con los mismos criterios que a los cantantes y a los protagonistas de los reality shows. La deferencia hacia las figuras de autoridad fue perdiendo todo su sentido.

Este declive de la deferencia, que ha sido consecuencia de la evolución de la sociedad hacia modelos de relación cada vez menos autoritarios, ha traído consigo la pérdida de hábitos de urbanidad que en tiempos no tan lejanos formaban parte del repertorio básico de cualquier persona educada. Mientras tanto las élites, haciendo dejación de sus obligaciones tradicionales, han renunciado a representar su papel como modelo y ejemplo para el resto de la sociedad.

El resultado, hoy, es una degradación creciente de la vida pública. El diálogo político y social se ha convertido en una discusión ruidosa, en la que populistas y oportunistas de distintos pelajes imponen un estilo de comunicación simplista y grosero. Los intelectuales han desaparecido de la escena; el debate se ha empobrecido y deriva a menudo en una discusión maniquea centrada en el contraste entre “ellos” y “nosotros”.

David Hume, el filósofo inglés que sentó las bases de la teoría del conocimiento e hizo posible, entre otros, el trabajo de Kant, Schopenhauer y hasta Einstein, escribió:

«Among well-bred people a mutual deference is affected, contempt for others is disguised; authority concealed; attention given to each in his turn; and an easy stream of conversation maintained without vehemence, without interruption, without eagerness for victory, and without any airs of superiority.»

(Entre la gente bien criada se ejercita la cortesía mutua; se disimula el desprecio hacia otros; la autoridad se encubre; se presta atención a todos; la conversación fluye con facilidad, mantenida sin vehemencia, sin interrupción, sin ansia de victoria y sin ningún aire de superioridad).

Vivimos tiempos confusos, en los que el panorama político es desalentador y la evolución de la sociedad cada vez más incierta. En este escenario me he propuesto ejercitar a menudo los pequeños gestos de consideración hacia la gente. Cortesía es hacer sentir al prójimo que le valoras y le respetas. Como herramienta de convivencia y diálogo, puede ayudar a recuperar un talante colectivo más propicio para llegar, de nuevo, a entendernos. 

Iguazú

Hace muchos años, tendría yo unos 10, viajé con mi familia a visitar las cataratas del Iguazú.

Ordenando trastos viejos he encontrado un carrete de fotos que tomé en aquel viaje con una pequeña Kodak Instamatic.  Las fotos eran malas, por mi inexperiencia como fotógrafo y por las limitaciones técnicas del momento. Además, los negativos están muy dañados por el paso del tiempo.

Al digitalizarlos los he encontrado extrañamente atractivos. Me recuerdan a los daguerrotipos de principios del siglo pasado. Los he editado con cuidado y el resultado me gusta mucho. Me hablan del pasado, de la infancia y de una aventura que apenas recuerdo. Espero que te gusten.