Reflexiones sobre la pandemia. No es fácil pensar en medio de la batalla. El instinto nos lleva a vivir día a día, y los aspectos prácticos se imponen fácilmente ante las reflexiones de mayor alcance. Por eso es importante que no perdamos de vista el escenario en el que se desarrolla la función.
Vivimos en la Sociedad de la Información. Y me ha llamado la atención que la información disponible sobre la pandemia es, con muy pocas excepciones, escasa y de muy baja calidad. La situación plantea una infinidad de preguntas cuyas respuestas deberían estar, a estas alturas, más o menos claras.
El contagio.
Aún no sabemos bien en qué condiciones se contagia la enfermedad. Las mascarillas y la distancia social parecen elementos claves. Pero no se han hecho estudios serios sobre el grado de protección de las distintas medidas, el nivel de riesgo en relación con la distancia a la persona infectada, la carga viral necesaria para producir el contagio o los tiempos en que el virus permanece activo sobre determinadas superficies y su relación con las temperaturas. Esta semana se produjo en Alemania un nuevo foco de contagio en un matadero. Parece que el virus se mantiene más activo de lo esperado en ambientes refrigerados. ¿Cómo es posible que después de 4 meses aún no se supiera?
Estadísticas
Tiendo a ser un tipo obsesivo y veo a diario las estadísticas sobre la pandemia en distintas partes del mundo. Es desolador. Los datos son incoherentes entre sí y muy poco fiables. Las muertes declaradas a consecuencia del Covid-19 no coinciden ni de lejos con el exceso de mortalidad sobre las series históricas en casi ningún país. Las tasas de mortalidad por Covid-19 son del 5% en Alemania y del 28% en Francia, sin que haya siquiera un apunte de explicación para la diferencia. En España es imposible saber, por ejemplo, el número de casos activos; cuánta gente sigue enferma y cuántos ya están dados de alta. ¿Qué podemos esperar de las decisiones tomadas a partir de estos datos?
Estupidez
Los gobiernos occidentales, con escasas excepciones, han manejado esta situación de forma poco brillante. Pero algunos se han destacado especialmente por un grado de estupidez difícil de creer. En los Estados Unidos, el presidente ha sugerido en público inyectarse lejía para combatir la enfermedad. En Brasil, Bolsonaro sigue considerando la plaga “uma gripezinha” y se niega a tomar medidas de protección. En el Reino Unido, Boris Johnson ha tenido que ver la muerte de cerca en una UCI para empezar a tomarse la epidemia en serio. Y en Suecia, paradigma de la eficacia nórdica, una serie interminable de malas decisiones ha provocado un desastre monumental. ¿Cuánta necedad es tolerable en los gobiernos de nuestras sociedades democráticas?
Científicos
El nivel general del debate científico es mucho más pobre de lo esperado. Los repositorios de publicaciones científicas como Medrxiv y Biorxiv contienen un aluvión de estudios oportunistas sobre el tema, de calidad dudosa, y muy poca investigación original interesante. Muchos de ellos no pasan de ser conjeturas destinadas a conseguir un titular llamativo en la prensa. Investigaciones publicadas en medios prestigiosos, y previamente sometidas al “peer review”, son retiradas a los pocos días por problemas éticos y metodológicos. El caso del estudio publicado en Lancet sobre la hidroxicloroquina es un ejemplo extremo de falta de rigor, con consecuencias nefastas en muchas decisiones clínicas.
El lado positivo.
Los profesionales de la salud han suplido la falta de conocimientos y de medios con un esfuerzo heroico que a muchos les ha costado la vida. Comprendieron enseguida que el momento les reclamaba y han sabido estar a la altura. Su actitud y su comportamiento han sido un ejemplo del que tendremos que aprender.
La situación de desamparo en que la pandemia ha dejado a una buena parte de la población ha generado un impulso casi unánime para poner en marcha medidas de ayuda destinadas a aliviar su sufrimiento. Por una vez los políticos se han puesto de acuerdo y han actuado rápido. La Unión Europea, tras la habitual actitud dubitativa inicial, ha respondido como es debido. Y hemos visto infinidad de iniciativas generosas, desde comerciantes chinos regalando mascarillas al principio de la enfermedad hasta enormes cocinas organizadas por voluntarios para alimentar a muchos miles de personas vulnerables.
Conclusión; reflexiones sobre la pandemia
El balance provisional se acerca al “sálvese quien pueda”. Algunos creen que, tras unos meses o unos años de sufrimiento, volveremos a donde estábamos. Otros piensan que, cuando esto pase, el mundo no volverá a ser como antes. Las visiones más liberales de la sociedad están en retirada, porque una catástrofe como esta no se resuelve con actitudes individualistas. Pero aún es pronto para saber si esta tragedia sólo dejará cicatrices o también nos va a servir para aprender a construir un mundo mejor.