Mujeres importantes

Jacinda Ardern

El feminismo reivindicativo no me despierta demasiadas simpatías. Creo que #MeToo crea más problemas de los que resuelve, y en general pienso que quejarse no es una buena forma de mejorar el mundo.

Sigo en cambio con interés la trayectoria de unas cuantas mujeres importantes, no tanto por ser mujeres como porque su comportamiento me resulta inspirador.

En mi lista de mujeres importantes hay varias figuras históricas; desde Cleopatra hasta Madame Curie, sin olvidar a Mary Shelley (creadora de Frankenstein) o a Isabel la Católica. Pero la mayoría, por razones prácticas, son mujeres vivas.

Muchos critican ahora ferozmente a Angela Merkel, tras retirarse de la vida pública, porque su gobierno permitió que Alemania dependiera en exceso de las exportaciones rusas de energía. Eso ha complicado nuestra respuesta a la guerra en Ucrania. Con la perspectiva actual la crítica es acertada, y su decisión de prescindir de la energía nuclear resulta bastante incomprensible.

Merkel ha cometido errores. Pero hay algo que distingue su mandato y que la hace grande ante mis ojos: su liderazgo moral. Un rasgo extremadamente raro entre la clase dirigente. Su Wir schaffen das (podemos hacerlo) cuando abrió las puertas de su país a centenares de miles de refugiados en 2015 contribuyó a hacer de Europa un ejemplo de decencia. Hace 10 años, cuando la mayoría en España bramaba contra ella por su postura en el rescate de nuestro país durante la crisis económica, escribí un manifiesto en defensa de Angela; puedes leerlo aquí.

Otra mujer que me impresiona es Christine Lagarde. Como presidenta del Banco Central Europeo es una de las personas más poderosas del mundo. Me llaman la atención su inteligencia, su ambición y su competencia. También su forma de expresarse, con aplomo, pero sin pretensiones y sin rastro de esa arrogancia que suelen usar los expertos cuando se dirigen a la plebe. Naturalmente, como corresponde a los patricios franceses, Christine es también una mujer muy elegante. En contraste con la casta a la que pertenece, sus expresiones y sus gestos muestran un matiz de dulzura que, al menos en mi percepción, revelan la bondad esencial de su alma.

Ursula von der Leyden es una mujer privilegiada y ha puesto su privilegio al servicio de su país. Tras estudiar economía y medicina en Londres, su carrera política la llevó enseguida a ejercer papeles de responsabilidad en el gobierno alemán. Aún no lleva mucho tiempo como presidenta de la Comisión Europea y ya ha tenido que lidiar con la catástrofe del Covid y con la guerra en Ucrania. Hasta el momento lo ha llevado con bastante dignidad y las ideas claras. Todavía es pronto para una opinión definitiva, pero hasta ahora no ha metido la pata en nada importante. Es una buena señal. Me alegro de tener a Ursula donde está en estos tiempos de incertidumbre y confusión.

Un poco más lejos está Jacinda Ardern. A sus 37 añitos fue elegida como primer ministro de Nueva Zelanda. La jefa de gobierno más joven del mundo. Ella se define como socialdemócrata y progresista. Su empatía, su fuerza de voluntad y su sentido común han conseguido unir a los neozelandeses de distintas ideologías en un momento difícil para su país. En 2020 fue reelegida con mayoría absoluta, una victoria abrumadora con más del 50% de los votos por primera vez en Nueva Zelanda. Mucha gente en todo el mundo se ha sentido inspirada por su fortaleza de carácter. Para mí, un momento memorable fue la entrevista del terremoto. Mientras la estaban entrevistando para la BBC la tierra comenzó a moverse. Sin perder en ningún momento la sonrisa ni la calma hizo un comentario irónico sobre la situación, “quite a decent shake here”, y esperó a que el temblor pasara. Luego tranquilizó al entrevistador, “parece que este edificio tiene una estructura sólida”, y le pidió que continuara con la entrevista. Puedes verlo aquí.

Angela, Christine, Ursula y Jacinda son personas excepcionales. Ninguna de ellas lo ha tenido fácil y todas han sido las primeras en alcanzar lugares hasta entonces reservados sólo a los hombres. No me siento amenazado por ellas. Son mujeres cabales, competentes y ambiciosas. También, ante mis ojos, tienen un punto de dulzura. No han renunciado a su espíritu maternal. Creo que su ejemplo puede hacer mucho por los derechos y la situación de las mujeres; algunas feministas harían bien en considerarlas como “role models”.

Tirano

El carácter del tirano. Rusia es, desde hace mucho tiempo, un país enfermo. Los habitantes de la nación más grande de la tierra viven en una sociedad marcada por siglos de tiranía y, después, por muchos años de totalitarismo. Por eso han desarrollado un hábito de fatalismo y resignación que ha hecho posible la enormidad que ahora contemplamos.

Me resulta difícil entender ese espíritu que permite, en pleno siglo 21, que un hombre ambicioso se adueñe de todo un país. Y me intriga mucho la personalidad de quien, por circunstancias no del todo claras, se ha convertido en su monarca absoluto.

No es fácil analizar las creencias y las motivaciones de un dictador.

Como sucede con muchos hombres poderosos, uno de los rasgos de su personalidad es, por fuerza, la ausencia de emoción. Un hombre sin alma.

A los humanos nos mueven las emociones. Incluso si te consideras una persona inteligente y racional sabes bien que en la base de todos tus deseos y aspiraciones están siempre los sentimientos. Sin sentimientos nada tiene mucho sentido. Como dice Andrea Rizzi, el infierno es el hielo en el corazón.

La falta de respuesta emocional es uno de los rasgos que caracterizan a los psicópatas. Pero no lo explica todo. Para llegar a tirano hacen falta también otras cualidades. Ambición sin límites, crueldad, inteligencia, ausencia de culpa.

Y, sobre todo, una autoestima desmedida. Las fotos que acompañan esta página me impresionan porque reflejan la distancia insalvable entre el monarca absoluto y el resto de la humanidad. Un monarca que ha decidido reescribir la historia y expandir su imperio, como en el Antiguo Régimen.

En Europa sabemos distinguir el bien del mal. No siempre nos comportamos de forma ética, y a menudo ponemos nuestros intereses por delante de nuestros principios. Pero nuestra civilización tiene una brújula moral que nos indica el camino correcto y nos impide perdernos incluso cuando nos apartamos de la ruta que deberíamos seguir.

Para el tirano esto no tiene ningún sentido. Las consideraciones morales, para él, son solo una excusa cínica. Lo que cuenta son los intereses. Parecía imposible que eligiera sin motivo tanto dolor y tanto sufrimiento. Pero para él el dolor y la muerte no son obstáculo para sus objetivos. Y piensa que los demás, en el fondo, somos como él y abandonaremos sin dudar nuestros principios cada vez que nos convenga. Al fin y al cabo, lo hemos hecho muchas veces.

Pero en esta ocasión el dictador se ha equivocado. El mundo civilizado está haciendo todo lo posible por acabar con este disparate. Inspirados por el ejemplo de un país valiente, por una vez hemos puesto nuestros principios por delante de nuestros intereses más inmediatos.

Muchos creen que la única salida verosímil de esta encrucijada es defenestrar al tirano. La estrategia se centra en dañar a sus secuaces, con la esperanza de que sean ellos los que lleven a cabo el trabajo sucio. Tal vez consigamos que los oligarcas se revuelvan contra su protector. La esperanza de que sea el pueblo ruso quien lo haga es más bien escasa, y más si tenemos en cuenta la voluntad del dictador de reprimir a sangre y fuego cualquier intento de insubordinación.  

Cuando todo acabe tendremos que aprender las lecciones de esta atrocidad. Hemos de conseguir que sea la última. Así, con suerte, podremos evitar que una nueva tiranía vuelva a amenazar la convivencia en nuestra vieja Europa.

Timadores

Timadores. El blog de Javier Sempere

Los timadores son delincuentes muy peculiares. A diferencia de otros criminales no actúan contra la voluntad de sus víctimas, sino que las seducen. No utilizan la violencia ni operan de forma encubierta; consiguen que te conviertas en cómplice de la historia que han inventado y colabores con ellos en la búsqueda de un objetivo que ves como propio.

El arte de los timadores es semejante al de los magos e ilusionistas. Sus actuaciones requieren una puesta en escena convincente y destrezas notables. Técnicas de prestidigitación que permiten ocultar lo que está a la vista y que veas con tus propios ojos lo que no existe sino en la imaginación.

A sus 19 años, Elizabeth Holmes era una prometedora estudiante de ingeniería química en la Universidad de Stanford. El primer curso fue suficiente para hacerle comprender que una carrera profesional no era lo que ella quería. Abandonó la Universidad y, con el dinero que sus padres habían destinado para su educación, fundó una empresa dedicada al noble propósito de “democratizar la salud”. 

Durante el año siguiente, en 2003, tuvo lugar la metamorfosis. Elizabeth imaginó un sistema revolucionario de diagnóstico que, con solo una gota de sangre, obtendría un análisis completísimo de la salud del paciente. Proclamó que su compañía había inventado un dispositivo, al que llamó Edison, capaz de hacer ese análisis en pocos segundos. Aunque su profesor de medicina de Stanford opinó que aquello no tenía mucho sentido, solicitó la patente de su invento y consiguió convencer al decano de la Universidad para que avalara su idea.

Elizabeth era una joven rubita de buena familia. De aspecto inocente y ojos muy azules, la primera impresión jugaba a su favor. Para reforzar sus credenciales como emprendedora comenzó a vestirse como Steve Jobs, con polos negros de cuello vuelto, y entrenó una profunda voz de barítono que le daba una credibilidad añadida al hablar.

El primer millón lo puso un inversor de capital riesgo, Tim Draper. Dijo que tenía la costumbre de “fijarse en la persona y decidir si tenía lo que se necesita para triunfar”. Unos años después la empresa de Holmes, Theranos, había captado 700 millones de dólares de inversores particulares y empresas de capital riesgo.

En ese tiempo, Elizabeth invitó a formar parte del consejo de administración de su compañía a Henry Kissinger y George Schultz (exsecretarios de Estado), al General de cuatro estrellas Jim Mathis y a varios antiguos CEOS de grandes compañías. El brillo de sus personalidades consiguió ocultar durante casi 10 años que el invento revolucionario de Theranos no funcionaba.

En 2013 la valoración de la empresa alcanzó los 10.000 millones de dólares. La fortuna personal de Elizabeth Holmes superaba los 4.000 millones. Entonces algunos empezaron a preguntarse por qué no había ninguna investigación publicada sobre su tecnología en las revistas científicas. Gracias al soplo de un empleado descontento se supo que sus análisis de sangre utilizaban los mismos equipos que cualquier otro laboratorio.

El espejismo empezó a venirse abajo. Las inspecciones sanitarias y técnicas revelaron todo tipo de irregularidades. Algunos inversores se inquietaron y demandaron a Theranos. La prensa empezó a analizarlo todo con ojos críticos.

En 2018, tras varios años de dificultades y demandas acumuladas, Theranos se disolvió. Elizabeth Holmes fue acusada por fraude. En estos días la están juzgando. Ella mantiene que es inocente y que el fracaso empresarial no es un delito.

El sentido común debería ser suficiente para mantenerse a salvo de los timadores. Basta un análisis racional para detectar las situaciones en las que una promesa es demasiado bonita para ser cierta. Pero los humanos no somos del todo racionales, e incluso a los más inteligentes y educados les puedes engañar con un buen espectáculo de ilusionismo y prestidigitación.

Si no eres la víctima directa de un timador es difícil evitar sentir algo de simpatía por su audacia y su ingenio. Por eso las historias de gente como Bernard Madoff, el pequeño Nicolás o Elizabeth Holmes tienen algo del encanto de las fábulas clásicas.

Y también por ese mismo motivo, en los últimos años los políticos más desaprensivos están aprendiendo las técnicas de los timadores para seducir a tanta gente y aprovecharse de sus deseos y sus aspiraciones para lograr sus objetivos.