Los timadores son delincuentes muy peculiares. A diferencia de otros criminales no actúan contra la voluntad de sus víctimas, sino que las seducen. No utilizan la violencia ni operan de forma encubierta; consiguen que te conviertas en cómplice de la historia que han inventado y colabores con ellos en la búsqueda de un objetivo que ves como propio.
El arte de los timadores es semejante al de los magos e ilusionistas. Sus actuaciones requieren una puesta en escena convincente y destrezas notables. Técnicas de prestidigitación que permiten ocultar lo que está a la vista y que veas con tus propios ojos lo que no existe sino en la imaginación.
A sus 19 años, Elizabeth Holmes era una prometedora estudiante de ingeniería química en la Universidad de Stanford. El primer curso fue suficiente para hacerle comprender que una carrera profesional no era lo que ella quería. Abandonó la Universidad y, con el dinero que sus padres habían destinado para su educación, fundó una empresa dedicada al noble propósito de “democratizar la salud”.
Durante el año siguiente, en 2003, tuvo lugar la metamorfosis. Elizabeth imaginó un sistema revolucionario de diagnóstico que, con solo una gota de sangre, obtendría un análisis completísimo de la salud del paciente. Proclamó que su compañía había inventado un dispositivo, al que llamó Edison, capaz de hacer ese análisis en pocos segundos. Aunque su profesor de medicina de Stanford opinó que aquello no tenía mucho sentido, solicitó la patente de su invento y consiguió convencer al decano de la Universidad para que avalara su idea.
Elizabeth era una joven rubita de buena familia. De aspecto inocente y ojos muy azules, la primera impresión jugaba a su favor. Para reforzar sus credenciales como emprendedora comenzó a vestirse como Steve Jobs, con polos negros de cuello vuelto, y entrenó una profunda voz de barítono que le daba una credibilidad añadida al hablar.
El primer millón lo puso un inversor de capital riesgo, Tim Draper. Dijo que tenía la costumbre de “fijarse en la persona y decidir si tenía lo que se necesita para triunfar”. Unos años después la empresa de Holmes, Theranos, había captado 700 millones de dólares de inversores particulares y empresas de capital riesgo.
En ese tiempo, Elizabeth invitó a formar parte del consejo de administración de su compañía a Henry Kissinger y George Schultz (exsecretarios de Estado), al General de cuatro estrellas Jim Mathis y a varios antiguos CEOS de grandes compañías. El brillo de sus personalidades consiguió ocultar durante casi 10 años que el invento revolucionario de Theranos no funcionaba.
En 2013 la valoración de la empresa alcanzó los 10.000 millones de dólares. La fortuna personal de Elizabeth Holmes superaba los 4.000 millones. Entonces algunos empezaron a preguntarse por qué no había ninguna investigación publicada sobre su tecnología en las revistas científicas. Gracias al soplo de un empleado descontento se supo que sus análisis de sangre utilizaban los mismos equipos que cualquier otro laboratorio.
El espejismo empezó a venirse abajo. Las inspecciones sanitarias y técnicas revelaron todo tipo de irregularidades. Algunos inversores se inquietaron y demandaron a Theranos. La prensa empezó a analizarlo todo con ojos críticos.
En 2018, tras varios años de dificultades y demandas acumuladas, Theranos se disolvió. Elizabeth Holmes fue acusada por fraude. En estos días la están juzgando. Ella mantiene que es inocente y que el fracaso empresarial no es un delito.
El sentido común debería ser suficiente para mantenerse a salvo de los timadores. Basta un análisis racional para detectar las situaciones en las que una promesa es demasiado bonita para ser cierta. Pero los humanos no somos del todo racionales, e incluso a los más inteligentes y educados les puedes engañar con un buen espectáculo de ilusionismo y prestidigitación.
Si no eres la víctima directa de un timador es difícil evitar sentir algo de simpatía por su audacia y su ingenio. Por eso las historias de gente como Bernard Madoff, el pequeño Nicolás o Elizabeth Holmes tienen algo del encanto de las fábulas clásicas.
Y también por ese mismo motivo, en los últimos años los políticos más desaprensivos están aprendiendo las técnicas de los timadores para seducir a tanta gente y aprovecharse de sus deseos y sus aspiraciones para lograr sus objetivos.