Asumir un riesgo es hacer una apuesta. Si lo malo no sucede, has ganado. En caso contrario, has perdido. El cálculo de las probabilidades y los costes o beneficios de los distintos resultados posibles es el territorio de los actuarios de seguros, analistas financieros y asesores de estrategias políticas y económicas. La mayoría de las veces, este análisis racional es la mejor forma de decidir si merece la pena hacer o no la apuesta.
Una de las características de las sociedades desarrolladas es que reducen las situaciones de riesgo para sus ciudadanos. Esto es, en gran medida, una buena cosa. Reducir la probabilidad de que te atropelle un camión, te atraque un bandido o te mate un virus contribuye sin duda a una vida más tranquila y relajada.
En algunas ocasiones, sin embargo, nuestro instinto se rebela contra esta reducción inexorable del riesgo. Son situaciones en las que la relación entre el riesgo y la recompensa es extremadamente asimétrica. El riesgo es conocido y limitado, pero la recompensa es potencialmente enorme.
A veces compro un boleto de la lotería primitiva. Si me toca el bote ganaré 15 millones. En caso contrario habré perdido un euro. Soy consciente de que la estadística juega en mi contra. Hay sólo una probabilidad infinitesimal de resultar afortunado. Cualquier análisis racional me dirá que la compra del boleto ha sido una mala decisión.
Pero en este caso eso no es lo que importa. Desde que compro el boleto hasta que compruebo el resultado del sorteo soy potencialmente millonario. Es una situación semejante a la del gato de Schrödinger. Mientras no abra la caja, soy simultáneamente el mismo Javier de siempre y un Javier extraordinariamente rico. A veces tardo un par de semanas en comprobar el boleto, porque los caprichos de la mecánica cuántica me dicen que el sorteo no es el factor decisivo, sino mi observación de su resultado.
Para valorar de forma fidedigna la relación riesgo/recompensa de esta apuesta habría que incluir en la ecuación, junto al beneficio esperado del resultado, el valor del placer que proporciona la posibilidad de ganar la apuesta.
No es un cálculo fácil, porque vivimos en una sociedad acostumbrada a medir sólo lo material. El placer, el dolor, la ilusión, la tristeza o la esperanza tienen valores difusos. Son lo que nos mueve en la vida, pero las estadísticas no suelen tenerlos en cuenta. Por eso, en muchas situaciones de relación asimétrica entre riesgo y recompensa, las personas apostamos tantas veces de forma poco racional. Y por eso son tan populares las loterías, las burbujas financieras, los casinos y las criptomonedas.