Cada mañana, desde hace unos días, en la parada del autobús que tomo para ir al trabajo me espera un cartel publicitario que me sienta como una bofetada.
La publicidad de Coca-Cola siempre me ha gustado. La última campaña, titulada #razonesparacreer, transmite un mensaje de esperanza y optimismo centrado en el eslogan “Hay razones para creer en un mundo mejor”. El spot que se difundirá en España en los próximos días forma parte de una campaña de ámbito global. Muestra ejemplos de comportamientos solidarios, como un restaurante que ofrece menús gratis a los desempleados, o un pueblo de León que ofrece una casa a quien la necesite. Es una buena campaña, en la línea de Coca-Cola. Asociar la marca a los sentimientos positivos. Coca-Cola lo lleva haciendo desde hace muchos años y lo hace muy bien.
No puedo comprender cómo se ha incluido en esa campaña el cartel que veo cada día en la marquesina de la parada de autobús. En un guiño barato a los jóvenes indignados, el cartel muestra a una chica joven, versión edulcorada del paradigma perroflauta, sosteniendo un cartón en el que ha escrito con rotulador grueso su reivindicación:
“Tenemos derecho a soñar y que se haga realidad”
No se me ocurren muchas reivindicaciones más estúpidas. ¿Tenemos derecho a la magia? ¿A conseguir automáticamente lo que soñamos? La frase, además, está mal construida. ¿Qué es lo que debe hacerse realidad? Se supone que nuestro sueño, pero no queda del todo claro.
Algún creativo superviviente de mayo del 68 ha mezclado conceptos en un batiburrillo mental y ha construido una frase que refleja exactamente lo contrario al mensaje de la campaña. Amigos de Coca-Cola: tenemos derecho a soñar, claro que lo tenemos. Y también tenemos derecho a luchar para que se hagan realidad nuestros sueños. Pero no tenemos ningún derecho a esperar que nuestros sueños se hagan realidad por el simple hecho de soñarlos, aunque nos lo diga una jovencita con piercing y rastas. Las cosas no se hacen realidad por arte de magia. Insinuar que tenemos ese derecho transmite un mensaje ofensivo para todos los que nos esforzamos cada día en hacer realidad al menos una pequeña parte de nuestros sueños. Y también para los jóvenes indignados, a los que refleja como descerebrados con reivindicaciones imposibles.
¡Por favor, quiten ese cartel!