El guardabarrera

guardabarrera

Si tienes menos de cuarenta años es posible que nunca hayas visto un paso a nivel. Es un cruce entre una carretera y una vía de tren. Para evitar que los trenes atropellen a quienes van por la carretera, en la intersección hay unas barreras abatibles que la cortan cuando un tren se acerca.

De joven, muchos fines de semana iba andando desde la estación de tren del Escorial hasta la casa que mis padres tenían en una urbanización cercana al pueblo. A mitad del camino había un paso a nivel con sus correspondientes barreras. Cuando se acercaba un tren, un empleado de Renfe llamado Basilio bajaba las barreras. Cuando el tren había pasado, Basilio volvía a subirlas.

El oficio de guardabarrera era una ocupación bien regulada y gozaba de ciertos privilegios. El puesto incluía la concesión de una vivienda cercana a la vía, y en muchos casos el disfrute de un huerto adjunto. Generalmente, el guardabarrera vivía con su esposa y compartía con ella la responsabilidad de su labor. La compañía ferroviaria retribuía esta ayuda con un suplemento en el sueldo del cabeza de familia.

Un buen día, al hacer el recorrido habitual desde la estación, descubrí que habían remodelado la carretera y habían sustituido el cruce por un paso elevado sobre la vía del tren. Lo hicieron de un día para otro, o al menos esa fue mi impresión. Con el paso a nivel desaparecieron el guardabarrera Basilio, su empleo y su vivienda. La pérdida me impresionó. ¿Qué sintió al ver sustituido su trabajo de toda la vida por un objeto inanimado? Luego supe que en esos años casi todos los pasos a nivel fueron automatizados o sustituidos por estructuras elevadas.

El oficio de guardabarrera fue el primero de muchos que se desvanecieron a causa de la tecnología. Por ejemplo, el cobrador del gas.

Hubo un tiempo en que, una vez al mes, se presentaba en tu casa un hombre diminuto con un traje algo raído, una gorra vagamente militar y una cartera desgastada. Era el cobrador del gas. Iba de puerta en puerta, con paciencia infinita, presentando los recibos y recaudando los correspondientes importes. Los abonados no siempre estaban en casa, y a veces fingían no estarlo. Otras veces le ofrecían excusas más o menos verosímiles para no hacer frente a los recibos. El hombre, acostumbrado a la miseria, se tomaba con calma estos percances y volvía de nuevo al poco tiempo, una y otra vez, en busca de su objetivo. Hasta que un buen día su trabajo, y con él su modesto salario, desaparecieron en aras de la eficacia y la tecnología.

Son muchos los obituarios de oficios y profesiones que hemos visto desaparecer, a veces sin casi darnos cuenta. Los guardabarreras. Los cobradores del gas, del agua, de la luz y de los autobuses. Los serenos. Las operadoras de centralitas telefónicas. Los portamaletas, sustituidos por el invento de la maleta con ruedas. Los ascensoristas.

Últimamente se habla con frecuencia de la amenaza que las nuevas tecnologías suponen para el empleo. La única novedad de esta amenaza es que esta vez no son sólo los trabajos más modestos los que corren el riesgo de desaparecer. Junto a los conductores que perderán su trabajo cuando los coches y camiones se conduzcan solos, los radiólogos, analistas, asesores financieros, consejeros y agentes de diversos pelajes serán también sustituidos por sistemas de inteligencia artificial. Poco después también muchos médicos, abogados y quizá hasta notarios verán en peligro su empleo.

Los optimistas piensan que los empleos que desaparecerán darán lugar a otros más productivos y satisfactorios. Desde la Revolución Industrial, las tareas más mecánicas y repetitivas han ido cediendo el paso a otros trabajos más cualificados. En mi opinión, es muy posible que esta vez sea diferente. En unos años las máquinas serán capaces de hacer la mayoría de las tareas intelectuales que ahora son privilegio de las profesiones más cualificadas. Aún no es momento de elegías, pero va siendo hora de que empecemos a pensar cómo organizar una sociedad en la que no haya trabajo para todos.

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4 comentarios

  1. Muy interesante el “post” de Javier.
    El ascensorista de la Casa del Libro siempre me intrigó, hacia su trabajo a la perfección: informaba de la situación de las distintas secciones y apretaba los botones del ascensor con conocimiento de causa.

  2. Los serenos fueron unos de los primeros en caer, víctimas del telefonillo. Parece que, en algunos barrios, están empezando a pensar en reponerlos en su puesto, en pro de la seguridad de los vecinos.
    ¡Ojalá!

  3. Muy cierto, y es preocupante, aunque la población mundial comenzó a reducirse desde unos años, si no hay trabajo de algún tipo para todos las consecuencias podrían ser catastróficas, por último en mi país, Uruguay
    ya se perdieron algunos oficios, los cobradores puerta a puerta de la luz, agua, teléfono, club,etc, los heladeros, los vendedores de barquillos y los picapedreros.

  4. El primer oficio que vi desaparecer fueron los faroleros. Yo he visto al farolero en Madrid ir abriendo por las noches y cerrando por las mañanas la espita de gas de las farolas y encendiendo el farol con un bastón que en la punta llevaba un mechero de brasa. La electrificación del alumbrado público acabó con la profesión del farolero recogida en muchas novelas y en mas de alguna zarzuela y canción popular.

    Respecto a la carestía de trabajo para todos, creo que es un problema complejo y que ha sido una realidad siempre. Es verdad que en los últimos 80/90 años, en occidente, hemos creado posible el trabajo pata todos. La informática, fue en sus orígenes fundamentalmente una tecnología que permitió desarrollar con mas vigor la economía en un momento de crecimiento general donde no había manos suficientes para hacer todo lo que se podía hacer. En mi opinión, desde hace tiempo, la creciente globalización hace a cualquier trabajador competir con cualquier otro de cualquier parte del mundo. La gestión por procesos como núcleo de la optimización y, con ello, de la reducción de costes se ha convertido en el foco del uso de las tecnologías. Mucho del desarrollo tecnológico que vemos busca como fin principal la eficiencia. En un mundo que no crece, o crece poco por distintas razones, eficiencia es sinónimo de reducción de salarios y/o de puestos de trabajo.

    El problema es general. La pandemia del COVID no está permitiendo comprobar la enorme interdepencia de todos los sistemas de producción, o sea, de todos los humanos.

    Opino que o nos salvamos todos, o no nos salvamos, pero ¡Que difícil va a ser que que lo reconozcamos y actuemos en consecuencia!

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