Regeneron

Florey

Alexander Fleming descubrió en 1928 que el hongo Penicillium tenía propiedades antibacterianas. Nadie le hizo mucho caso.

En 1940 Howard Florey, de la Universidad de Oxford, creó un concentrado de ese hongo, al que llamó penicilina, y lo utilizó para tratar a un paciente. Era un policía con una infección severa en la cara. El paciente mejoró rápidamente, pero el suministro de penicilina se agotó y el hombre acabó muriendo.

Florey se dio cuenta de que en su laboratorio no podía producir cantidades razonables del medicamento. Por eso, en 1941 viajó a los Estados Unidos y despertó el interés de la compañía Merck, que en marzo de 1942 curó al primer paciente con el nuevo antibiótico utilizando toda la penicilina disponible en ese momento. Un año después, el gobierno norteamericano decidió producirla de forma masiva. En 1944, durante la invasión de Normandía, ya se habían fabricado más de 2 millones de dosis. En 1945 la cantidad había aumentado a más de 600.000 millones de dosis.

Un invento sin patente

Florey decidió no patentar su invento porque pensaba que no habría sido ético. Esto hizo posible un milagro que sucedió en poco más de 3 años: las infecciones bacterianas, que antes eran frecuentemente mortales, ahora se curaban fácilmente.

Hoy estamos en un momento semejante. Las infecciones virales, como el Covid-19 o el Ébola, provocan en todo el mundo millones de muertes. Hasta ahora no existe un tratamiento efectivo para ellas.  Las vacunas ayudan en muchos casos a prevenirlas, pero cuando alguien se infecta casi siempre la única esperanza es que su propio sistema inmune sea lo suficientemente fuerte como para ganar la batalla contra el bicho.

De forma parecida a lo que sucedió hace ahora 80 años, parece que estamos cerca del momento en que una nueva cura nos permitirá vencer las infecciones provocadas por los virus con la misma eficacia con que entonces conquistamos a las bacterias.

La hora de los anticuerpos

Los anticuerpos son proteínas que el sistema inmunitario produce para neutralizar elementos patógenos externos que encuentra en el organismo, llamados antígenos. Cada antígeno genera un tipo de anticuerpo específico, capaz de neutralizar sólo una molécula determinada de un virus o una bacteria. Paul Ehrlich descubrió los anticuerpos en 1891, y por eso le dieron el premio Nobel en 1908.

Desde la década de 1970 muchos investigadores han trabajado en la producción de anticuerpos para usarlos como terapia contra distintas enfermedades. Sin embargo, sólo en los últimos años se han conseguido copiar exactamente los anticuerpos plenamente humanos. Los anticuerpos monoclonales son producidos a partir de copias idénticas de un único gen en una célula humana única. Entre las muchas aplicaciones terapéuticas de los anticuerpos monoclonales está la cura de enfermedades virales y algunos tipos de cáncer.

Para mí, el momento de la revelación fue la cura prodigiosa de un hombre obeso de más de 70 años.  Poco después de caer enfermo de Covid-19 fue hospitalizado con problemas respiratorios y baja saturación de oxígeno. Un caso claro de alto riesgo con un pronóstico dudoso. Sin embargo, en poco más de tres días le dieron de alta. Sus médicos le habían tratado con una combinación de anticuerpos monoclonales que, según dijo el propio enfermo, le recuperó en pocas horas. El enfermo, como habrás adivinado, era el presidente de los Estados Unidos.

La cura milagrosa

La cura milagrosa se llama Regeneron o, de forma más específica, REGN-COV2. Una combinación, o cocktail, de dos anticuerpos llamados, de forma impronunciable, casirivimab e imdevimab. Acaba de ser aprobada como tratamiento para el Covid.

Como sucedió al principio con la penicilina, los anticuerpos monoclonales son muy complicados de producir. Las dosis son escasas y muy caras. Hoy la cura sólo está al alcance de los ricos y poderosos, y los incentivos de las empresas que los producen, como es lógico, se orientan a conseguir la máxima rentabilidad.

Por eso es imprescindible que la sociedad utilice los recursos que hagan falta para conseguir fabricar estas sustancias de forma masiva. Necesitamos un proyecto ambicioso, de ámbito internacional, que consiga el portento. El milagro está a nuestro alcance. En un momento como este, en el que el mundo nos ofrece tantas decepciones, me gustaría creer que esta vez seremos capaces de estar a la altura.

La foto es de Howard Florey, un héroe casi desconocido a quien realmente le debemos la penicilina 

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8 comentarios

  1. Bonito y curioso resumen, no falto de buena información, pero como siempre el poderoso y el el dinero llaman a lo mismo. La historia se repite. Te felicito por tu relato histórico.
    Un abrazo
    Guillermo

    1. Gracias, Guillermo. Me parece importante mirar también hacia atrás para saber dónde estamos. Un abrazo.

  2. Didáctico e interesante Javier y, como siempre, con una puerta abierta a la esperanza. ¡Enhorabuena!

  3. De momento, a ver qué pasa con las vacunas. Me temo que los obesos de más de 70 años infectados por el Corona lo tienen Crudito 🙄

  4. Buen y esclarecedor relato. Muy interesante para estar al día en terapias de difícil acceso, de momento.

  5. Gran artículo!. Harán el esfuerzo cuando hayan colocado sus vacunas a todo el mundo. El ser humano es egoísta por naturaleza. Antes yo creo que había algo más de ética sincera entre nosotros. En fin. Muy interesante RT artículo. 😉

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