La cortesía, como manifestación del respeto hacia el otro, vive tiempos difíciles. La propia palabra está cayendo en desuso y se ha contaminado con connotaciones de cursilería y carcunda. En la vida pública, los gestos de cortesía se interpretan a menudo como muestras de debilidad, de arrogancia, incluso de machismo.
La decadencia de la cortesía comenzó hace unos 50 años en los países anglosajones. Lo que hasta entonces era simplemente buena educación empezó a considerarse un comportamiento clasista. Mucha gente empezó a afirmar que lo importante era la autenticidad, la individualidad y la naturalidad.
Los medios de comunicación, y en especial la televisión, transmitieron una visión del mundo que valoraba por encima de todo la popularidad. Se empezó a juzgar a los políticos y a los intelectuales con los mismos criterios que a los cantantes y a los protagonistas de los reality shows. La deferencia hacia las figuras de autoridad fue perdiendo todo su sentido.
Este declive de la deferencia, que ha sido consecuencia de la evolución de la sociedad hacia modelos de relación cada vez menos autoritarios, ha traído consigo la pérdida de hábitos de urbanidad que en tiempos no tan lejanos formaban parte del repertorio básico de cualquier persona educada. Mientras tanto las élites, haciendo dejación de sus obligaciones tradicionales, han renunciado a representar su papel como modelo y ejemplo para el resto de la sociedad.
El resultado, hoy, es una degradación creciente de la vida pública. El diálogo político y social se ha convertido en una discusión ruidosa, en la que populistas y oportunistas de distintos pelajes imponen un estilo de comunicación simplista y grosero. Los intelectuales han desaparecido de la escena; el debate se ha empobrecido y deriva a menudo en una discusión maniquea centrada en el contraste entre “ellos” y “nosotros”.
David Hume, el filósofo inglés que sentó las bases de la teoría del conocimiento e hizo posible, entre otros, el trabajo de Kant, Schopenhauer y hasta Einstein, escribió:
«Among well-bred people a mutual deference is affected, contempt for others is disguised; authority concealed; attention given to each in his turn; and an easy stream of conversation maintained without vehemence, without interruption, without eagerness for victory, and without any airs of superiority.»
(Entre la gente bien criada se ejercita la cortesía mutua; se disimula el desprecio hacia otros; la autoridad se encubre; se presta atención a todos; la conversación fluye con facilidad, mantenida sin vehemencia, sin interrupción, sin ansia de victoria y sin ningún aire de superioridad).
Vivimos tiempos confusos, en los que el panorama político es desalentador y la evolución de la sociedad cada vez más incierta. En este escenario me he propuesto ejercitar a menudo los pequeños gestos de consideración hacia la gente. Cortesía es hacer sentir al prójimo que le valoras y le respetas. Como herramienta de convivencia y diálogo, puede ayudar a recuperar un talante colectivo más propicio para llegar, de nuevo, a entendernos.
Querido Javier:
Totalmente de acuerdo con estas reflexiones, esos mismos criterios me han guiado siempre y me temo que, como bien dices, no siempre los demás los interpretan de la forma adecuada. Supongo que la falta de autoestima o la ignorancia hace que uno vea intenciones oscuras donde no hay más que buena educación.
Un abrazo desde la Universidad de Valladolid.
Me parece un buen intento y muy loable, de conseguir un ambiente amable en el que la bondad de comportamiento sea más fácil de ejercer
Yo también, como sabes, soy una gran defensor de la cortesía. Sin embargo, no creo que haya existido nunca como moderadora del debate político; si acaso, cómo código de conducta cuando se apagaban los focos. Creo que podemos atribuir su última decadencia al auge del individualismo y a la negación de la sociedad como modelo de convivencia que promovieron Thatcher y Reagan.
La cortesía, como todos los códigos, necesita una actualización y la necesaria penalización del que ignore su práctica. Y, por supuesto, la recuperación de un modelo de civilización en el que la armonía y el bien común estén por encima de los egoísmos y la ley del más fuerte.
Según yo lo veo, la cortesía no es moderadora del debate. Pero dificulta la simplificación y la grosería. Y en cuanto a Thatcher y Reagan, creo que fueron síntoma al menos tanto como causa de la deriva hacia el individualismo.
Creo que los dos, especialmente Thatcher, fueron decididos impulsores y esa apología del individualismo fue, creo, uno de los principales motivos de su triunfo político. No creo que la cortesía fuera una de los motores de los debates del senado romano y, sin embargo, nadie podrá negar su brillantez dialéctica. Creo que la simplificación y vulgaridad del actual debate político se debe a la amplitud de la audiencia a la que se dirige y el modelo de medios de comunicación (redes sociales) a través del que se transmite.
Cortés es comentar tu texto y agradecértelo. Creo en.
Javier Puebla
Has dado totalmente en el clavo, Javier. En mi opinión, en una sociedad donde al término «intelectual» se le ha hecho descender al nivel de la mediocridad, cualquier signo brillante que despunte sobre la hierba cortada, pese al individualismo exacerbado que debería permitirlo, es observado al contrario, casi como agresión al rebaño, corderos de piel fina eternamente ofendidos, de lágrima fácil, pero pereza perpetua por mejorar algo. La cortesía, la educación se ha perdido hasta en el barrio, en el rellano de la escalera. Sacamos a pasear al perro buscando, porque lo sabemos, al vecino que no recoge lo que tiene que recoger, y el riesgo de trifulca por afear la conducta a cualquier jovenzuelo es mayor ahora que antes, cuando nosotros, que lo fuimos, bajábamos la cabeza porque así nos enseñaron si una persona mayor nos la afeaba a nosotros.
La cortesía no forma parte del uniforme moral de los mediocres que todo lo invaden, buscando que hasta la pereza sea declarada enfermedad crónica subsidiada, y el esfuerzo y la constancia agresiones contra quienes no la tienen. No hay virtud alguna, no queda. De ahí, en mi caso particular, mi viaje hacia la misantropía y el fatalismo.
Saludos.
Emmm no
Estoy contigo Javier. Paso media vida observando la mala educación en la calle, en el metro, en el garaje de mi casa…y otra media luchando para que mis nietos aprendan a comportarse como buenas personas, que es la mejor cara de la cortesía. El asunto es claro: solo yo soy importante, los demás no cuentan. Parece que la presunción y el egoísmo han venido para quedarse. Habrá que hacer algo.